Marco A. Dorantes

Este es uno de mis primeros blogs* (aquí hay una lista de mis blogs sobre temas de mi interés).
Además, mis aportaciones en un seminario de introducción a la Filosofía.
*blog es una contracción de weblog: un diario o bitácora pública como medio de expresión personal.

Sunday, June 05, 2011

¿Es Joseph Ratzinger un cristiano verdadero?

Habrá quien la pregunta le resulte por completo intrascendente; para quien “sí”, “no”, “tal vez”, sean respuestas por completo satisfactorias. ¡¿A quién le importa?! Por otro lado, habrá quien la pregunta le suscite un enorme impulso para contestar pues su respuesta no sólo conllevaría un juicio sobre las creencias de aproximadamente un quinto de la población mundial —fracción aproximada de católicos en el mundo a la fecha—, sino que, además, estaría en juego el cimiento de su auto-concepto.

Por lo que, por supuesto, aquí no estamos hablando de Joseph Alois Ratzinger per se sino de —para este caso— un enorme número de personas en el mundo quienes albergan sinceramente un conjunto de creencias religiosas provenientes del catolicismo. Del mismo modo, otros enormes subconjuntos de la población mundial estarían implicados si la pregunta hubiese sido acerca de Billy Graham, quien es un reconocido líder y guía en el mundo religioso protestante, o acerca del patriarca Mar Bechara Boutros al-Rahi, quien reclama actualmente el título de Patriarca de Antioquía en la iglesia ortodoxa griega.

Entonces, en la pregunta está implicado un enorme número de personas, para cuyas vidas esa pregunta juega un papel muy significativo —aun cuando, tal vez, ni siquiera se percaten de la relevancia y de las implicaciones de las respuestas posibles.

Ante la pregunta, en mi infancia respondí implícitamente que sí; en mi adolescencia y juventud, respondí explícita y enfáticamente que no (ver: Un recorrido). Ahora, desde afuera del cristianismo, reconozco que no hay bases para afirmar que alguien no sea un cristiano verdadero si así lo considera por sí mismo. Además, reconozco que el acto de negar la creencia que legitima la participación de una persona en las comunidades cristianas es un acto atroz y cruel —y eso también es un acto cristiano (por eso, y mucho más, he abandonado el cristianismo).

La crueldad está imbuida en el cristianismo, es parte de su esencia, tal como lo es también el amor. No es para sorprenderse entonces que el cristianismo sea algo muy humano, incluyendo la Biblia, sus teologías, y los corporativos religiosos que lo representan. Para una evidencia de esta crueldad basta reflexionar sobre la posición de aquellos cristianos que se apresuran a responder que no, quienes consideran que la sola pregunta equivale a declarar a la pederastia como algo positivo, quienes conservan y disimulan un enorme sadismo en contra de aquel que no acepte sus doctrinas sin cuestionar, quienes consideran que un cristianismo sin el fuego y el rechinar de dientes es impensable:

“Que los santos puedan disfrutar su bienaventuranza y la gracia de Dios más abundantemente, permitiéndoseles ver el castigo de los condenados en el infierno” —‘santo’ Tomás de Aquino

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